viernes, 30 de octubre de 2009

Tres “calaveras literarias”

DGD: Textil 70, 2009
Un suplemento cultural mexicano ha mantenido la costumbre de convocar a diversos escritores a colaborar con tradicionales “calaveras literarias” en festejo del Día de Muertos (halloween en el mundo angloparlante). He aquí la que a mi turno propuse, más dos que la acompañaron en esa página y que reproduzco con autorización de los autores. [DGD]
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Pedro Páramo
por Mary Carmen Sánchez Ambriz
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Juan Rulfo creó a un tal Juan
personaje muy preciado
que no andaba tan norteado
buscando a un Pedro truhán.
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Los muertos alborotados
querían del páramo huir,
aunque se les vio cansados
no lo podían resistir:
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medio siglo ha que rumian
en esa ardiente Comala
con el cacique patán
que les da comida mala.
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Pierre Klossowski
por Alejandro Toledo
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Le dijo Roberte a Octave,
conocidos klossowskianos:
“Esta noche, cachondito,
te voy a entregar todito”.
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“¿Lo mismo que ya me has dado?
Hay que ser hospitalarios
y cumplir con los mandatos
del panteón establecidos:
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que entre dos no son diabluras,
se fatigan las posturas;
invitemos al de al lado
que se murió de chalado.”
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La Muerte
por Daniel González Dueñas
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También la Muerte llegó
a la hora de la suerte
y en el lecho de muerte
la Muerte reflexionó:
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“Qué curiosa soledad,
que entre tantas calaveras
todas eran de a deveras
y la mía no era verdad.”
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Y feliz fue a la cantina
llamada “Del Otro Mundo”
para que ya nada inmundo
toque a la Vida Catrina.
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jueves, 15 de octubre de 2009

Primer aniversario del blog (y texto acuático)

DGD: Paisajes-Serie azul 19, 2009
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Este blog cumple un año y la consecuente celebración comienza agradeciendo el apoyo de sus organizadores, visitantes, seguidores y amigos. Ya uno de los textos aquí reunidos, "¿Quién estrena un espejo?", manifestaba su amor por los comienzos y su negación de los finales (aunque en rigor no existan ni unos ni otros), y de ahí la idea de continuar la celebración —y prolongarla indefinidamente— con un poema/prosema acuático que canta a los inicios del amor. [DGD]
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Homenaje a Saturnino Herrán
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que no se vaya el instante del amor
el instante en que los cuerpos se conocen
en que uno a otro descorren los velos
el primer instante de los cuerpos
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que no se vaya, que no se disipe
ni en la memoria de la piel
ni en la piel de la memoria
que no termine ese relámpago
(los amantes se invisibilizan: apenas protegidos se entregan uno a otro como no sabían que un cuerpo podía entregarse, que una frontera podía vencerse, que un único espacio podía ser de dos al mismo tiempo)
que el aroma no se pierda entre otros aromas
que entre otras la textura no se confunda
que el sabor no se disuelva entre sabores
que imágenes y sonidos no languidezcan
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que no se vaya el instante del amor
que no exista sino ese instante
que todo el tiempo sea ese instante sin tiempo
que todo el espacio sea ese desvelarse
(los velos son desvelos: desde el principio del tiempo los velos han sido hechos para caer, o mejor, para ser retirados ante los ojos de quien sabe mirarnos como nadie más nos mira; el primer velo en caer es el de los ojos: sólo los amantes se miran como el creador del universo los mira)
que los primeros tactos sean los únicos
que las primeras caricias sean todas las que vendrán
que el primer aliento de dos bocas permanezca
que las presentaciones sean interminables
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que no se vaya el primer instante del amor
que nunca pase nadie de las primeras veces
que no termine el mutuo desciframiento
que esa infinita asunción de sentido no decaiga
(¿te das cuenta? uno no sólo descubre al otro sino se descubre a sí mismo en el espejo del otro: ese espejo es tan hondo, que comienzas a mirarte y no sabes si así has sido siempre o si el amor da su belleza y su inocencia a dos que se desvelan con el gesto primigenio del agua cuando se vuelca en sí misma)
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martes, 6 de octubre de 2009

80 años de José Manuel Briceño Guerrero

DGD: Paisajes-Ciudad alienígena 16, 2001
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a Guillermo Hagg

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Cuando se habla de “escritores secretos” se incurre en una injusticia; ese término parece aludir a que estos escritores “se esconden”, y algunos lo hacen sin duda, pero en realidad lo que hace es señalar a quienes están fuera por completo de los canales mercantiles y la vida socioliteraria. En sus casos más altos refiere a obras inclasificables, totalmente renuentes a los paradigmas instituidos, expresiones solitarias por vocación pero también por una soberbia radical que es al mismo tiempo una humildad no menos radical. Esta forma de la extrañeza carece de nacionalidad: puede brotar en cualquier punto del planeta (de cualquier planeta) porque su nombre es universalidad. En estos casos climáticos la intensa soledad de vida y obra habla, por una vez, el lenguaje de todos.
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José Manuel Briceño Guerrero nació en una pequeña aldea venezolana de nombre Palmarito, en el oeste del Estado de Apure, el 6 de marzo de 1929. Desde muy pequeño tuvo la necesidad de la escritura y ya en la escuela primaria dio a conocer algunos escritos, pero cuando terminó el bachillerato en Barquisimeto, se prometió no publicar hasta haber cumplido los cuarenta años y tener así una cultura sólida. En 1961 culmina su carrera de filosofía con un doctorado por la Universidad de Viena, y un encuentro de esa época lo hace renunciar a aquella promesa. En Viena había conocido a un investigador, de mayor edad que Briceño, que coincidentemente se había hecho esa misma promesa y que sin embargo falleció a los 39 años. Así que Briceño decidió publicar a los 31 años, y de ahí su primer libro, ¿Qué es la filosofía? (1961).
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Briceño Guerrero había sido desde siempre un viajero con una insaciable avidez por el conocimiento. En 1951 obtuvo el título de profesor de bachillerato en el Instituto Pedagógico Nacional de Caracas; los dos años siguientes hizo estudios de posgrado en la Northwestern University de Evanstone; en 1956 terminaba estudios en lengua y civilización francesa en la Sorbona. Luego de recibir el título de doctor en filosofía por la Universidad de Viena, quiso conocer más a fondo la filosofía marxista y viajó a Rusia para estudiar en la Universidad de Lomonosov en Moscú. Más tarde se interesó por la teología de la liberación y a finales de los años setenta la estudió en la Universidad de Granada. De regreso en Venezuela fundó un seminario de mitología clásica en la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de los Andes. A estas alturas dominaba griego, latín, hebreo, francés, inglés, alemán, ruso, italiano y portugués, y tenía conocimientos de chino, sánscrito, japonés y persa. Entre 1968 y 1969 fue maestro visitante de lengua y filosofía griegas en la Universidad Nacional Autónoma de México, poco antes de irse a Washington para trabajar en la interminable Biblioteca del Congreso como investigador de historia de las ideas en América.
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En 1981 se le otorga el Premio Nacional de Ensayo y en 1996 el Premio Nacional de Literatura. A ello se suma la postulación que en 2007 y 2008 le hicieron varias universidades al Premio Nobel de Literatura. A sus ochenta años, Briceño se niega a jubilarse y continúa con sus cursos, seminarios y conferencias, así como con la escritura. Y con los viajes: en el año 2006 hizo una larga visita a China para estudiar la cultura, literatura y filosofía de ese país; de la experiencia nació un libro de extraño nombre: Para ti me cuento a China (2007).
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En sus libros de filosofía y ensayo posteriores a ¿Qué es la filosofía? se ventilan sus principales preocupaciones: el lenguaje, Latinoamérica y la búsqueda interior: América Latina en el mundo (1966), El origen del lenguaje (1970), La identificación americana con la Europa segunda (1977), Discurso salvaje (1980), América y Europa en el pensar mantuano (1981), El laberinto de los tres minotauros (1994), Mi casa de los dioses (2004).
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Sin embargo, de modo paralelo a esta escritura reflexiva corre otra vía, que él mismo explica en una entrevista del año 2005:
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Yo tuve una doble inclinación; por una parte me interesó muchísimo el trabajo y la reflexión teóricos y todo lo que se puede hacer por ese lado, y en eso estoy, mis estudios académicos tienen que ver con eso. Pero al mismo tiempo sentí una necesidad de utilizar la palabra, el lenguaje, de manera artística, para expresar mis convicciones, mis vivencias personales, mis sentimientos, de una manera, en lo posible, seductora, que lograra un tipo de comunicación más bien emocional con la gente. En realidad he cultivado la literatura como una forma de establecer nexos de cariño, porque sentí gran admiración y amor por los grandes escritores y poetas que leí, y me sentí como endeudado con ellos y con la gente; me pareció que yo debía también poner mi parte en esa cadena de escritores, de poetas que han escrito para los demás. Y así he concebido a la literatura: como puente hacia los otros. Me siento muy feliz cuando alguien responde a esos mensajes que doy.
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Para diferenciar claramente las dos vertientes de su escritura, Briseño utilizó un seudónimo transparente: Jonuel Brigue, en el que une ciertas sílabas de sus nombres y apellidos. Será, pues, Jonuel Brigue —más un heterónimo que un mero seudónimo—, el ya mítico autor de Dóulos Oukóon (1965), el más iniciático de los textos literarios, el más literario de los textos iniciáticos: una fanía cuantitativamente breve, pero interminable en un nivel cualitativo.
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En aquella entrevista, Briceño habla de este libro, de su absolutamente imposible clasificación genérica y de los curiosos sucesos a que dio lugar, ya plenamente situado en el terreno de lo onírico cotidiano: “Escribí un libro llamado Dóulos Oukóon, que es una reunión de cartas escritas por un extraterrestre, pero no es un libro de ciencia-ficción y tampoco de espiritismo o de creencia en platillos voladores. Es un libro más bien poético, y esas cartas del extraterrestre están dirigidas a una extraterrestre que ha perdido la memoria. Ese libro no tengo noticia de que mucha gente lo hubiera leído en esa época. Una señora en Barquisimeto lo conoció porque una cuñada mía se lo prestó. Entonces a una hija de ella, que tenía doce años, le gustó mucho y copió el libro a mano. Más tarde, cuando tenía 17 años, se casó con un norteamericano que estaba en Valencia [Venezuela]; él sabía español y vio que ella tenía ese cuaderno con ese texto copiado, y lo leyó y le gustó tanto que lo tradujo al inglés. Él no sabía quién era el autor.
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”Después se divorciaron; en ese proceso se perdió el cuaderno, pero el norteamericano conservaba la traducción que había hecho. Él tenía un amigo mexicano que no sabía inglés, y entonces le re-tradujo el texto al español. El mexicano se entusiasmó, le pidió una copia de la re-traducción, regresó a México y lo mostró a unos amigos. Entonces en este grupo creció la idea de que eran cartas realmente escritas por un extraterrestre. Se formaron más grupos para leer ese material y después esto se extendió a Puerto Rico.”
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Se sabe, en efecto, que en Puerto Rico llegó a formarse una especie de secta o hermandad convencida de poseer un material invaluable, escrito por un extraterrestre y en el que se divulgaban secretos y claves esotéricas acerca del universo. “En cierto modo era acerca de un universo poético”, comenta Briceño, “pero no así un universo astronómico.” En un momento dado, uno de los integrantes de la secta tuvo una novia venezolana y, tratando de impresionarla, le mostró el libro y se lo anunció efectivamente como escrito por un extraterrestre. Quiso el azar que la muchacha fuera no sólo venezolana sino específicamente de Mérida, la ciudad en que vive Briceño, y además una lectora de Dóulos Oukóon; así pues, reconoció el texto y dio al periodista el nombre del autor y su ubicación.
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Briceño cierra esta línea anecdótica: “El periodista, incrédulo y muy asombrado, al fin vino a Mérida para entrevistarse conmigo y me contó toda esa historia. Y además me trajo unos ejemplares mecanografiados, y fotocopiados después, con dibujos agregados. Y me pareció muy interesante todo eso. Los romanos decían habent sua fata libelli, ‘los libros tienen cada uno su destino’. Igual que las personas”.
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Resulta difícil imaginar ese árbol de repercusiones: la copia manuscrita es traducida al inglés, pero esa copia se pierde y sólo queda la traducción, que es luego re-traducida al español con las consiguientes modificaciones; más tarde es muy posible imaginar añadidos de los devotos sectarios: notas, dibujos, diagramas, tal vez incluso mapas estelares. Todo esto se multiplica y a la vez se va difuminando en las sucesivas y apasionadas fotocopias, de mano en mano, de secreto en secreto. Del original escrito por Jonuel Brigue queda sólo el espíritu, que acaso prefigura y hasta justifica este tipo de procesos inverosímiles en los que Breton celebraba las andanzas del azar objetivo.
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En esa parte de la entrevista, Briceño menciona apenas uno de los hilos de una madeja que no ha hecho sino crecer desde la aparición de Dóulos Oukóon. Muy pronto la experiencia de Puerto Rico se extendió en Internet y ahí continúa a la fecha a través de muy diversas esoterias de incierto origen. Éstas suelen ignorar el nombre de Briceño y atribuyen una existencia real a Dóulos Oukóon; y cuando no olvidan el nombre del autor, lo hacen para implicar que Briceño no escribió ese libro sino que lo “canalizó”. Y en cierto modo aciertan. “Canalización” podría ser un sinónimo de “inspiración” y acaso ambos términos buscan un tercero aún más hondo cuando se trata de la poesía.
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La imperante mentalidad lógica y racionalista dirá, y no sin fundamentos, que lo que el azar creó, a fin de cuentas, fue un culto irracional surgido de la necesidad de creer, un terreno propicio para la subjetividad de tantas personas que a manotazos buscan alternativas para un mundo asfixiante. Sin embargo, el otro lado de las interpretaciones tampoco carecerá de fundamentos, e incluso podría en cierto modo dar en el blanco si aduce la aparición de una especie de libro sagrado, del prontuario de una escuela hermética de origen no humano. Todo esto no sería posible si el Dóulos Oukóon de Jonuel Brigue fuera precario o ingenuo; todo lo contrario: se trata de uno de los libros más inatrapables, más desbordantes, más arquetípicos de la literatura.
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Según declara Briceño, lo que lo lleva a escribir es una revelación poética, que resulta impredecible y a veces debe “incubarse” durante un largo tiempo. Dóulos Oukóon es, como muy pocos textos a lo largo de la historia, la encarnación misma de ese concepto. Algo idéntico puede decirse del siguiente libro de Jonuel Brigue: Triandáfila (1967). Luego de estos dos títulos capitales, el elusivo autor tardaría bastante en volver a publicar: Holadios (1984), El pequeño arquitecto del universo (1990), Anfisbena. Culebra ciega (1992), Diario de Saorge (1997), Esa llanura temblorosa. Cuaderno (1998), Trece trozos y tres trizas (2001), El tesaracto y la tetractis (2002), Para ti me cuento a China (2007). Se ha aproximado también a la autobiografía: una más o menos “directa”, Amor y terror de las palabras (1987), otra en forma de novela, Los recuerdos, los sueños y la razón (2004).
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Jonuel Brigue puede ser un canalizador, pero José Manuel Briceño Guerrero es un pescador en el océano del inconsciente cuya apuesta no consiste en regalar pescados sino en forjar nuevos pescadores para los nuevos mares que juntos van descubriendo. Con esta pequeña respuesta a algunos de sus mensajes, celebramos aquí sus primeros ochenta años de pesca en el mar interior. Salud, maestro.
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