miércoles, 27 de junio de 2012

Thoreau: “Sobre el deber de la desobediencia civil” (fragmentos)

DGD: Textiles-Serie blanca 26 (clonografía), 2010

[En todo tiempo, y no sólo en épocas de elecciones presidenciales, resulta indispensable “Sobre el deber de la desobediencia civil” (“Civil Disobedience”) de Henry David Thoreau (1817-1862). Este ensayo ha tenido una difusión mundial (aunque nunca suficiente) y una influencia decisiva en personajes de la significación de Gandhi o Lanza del Vasto. Apareció por primera vez en mayo de 1849, en el primer (y último) número de la revista Aesthetic Papers, dirigida por Elizabeth Peabody, cuñada de Hawthorne. Henry Miller definió a Thoreau como “lo más raro de encontrar sobre la faz de la tierra: un individuo. Está más cerca de un anarquista que de un demócrata, un comunista o un socialista. De todos modos, no le interesaba la política. Era un tipo de persona que, de haber proliferado, habría provocado la desaparición de los gobiernos, por innecesarios. Esta es, a mi parecer, la mejor clase de hombre que una comunidad puede producir. Y por esto siento hacia Thoreau un respeto y una admiración desmesurados”. Cabe recordar, por lo pronto, estos extractos de “Sobre el deber de la desobediencia civil”.]

Deposita todo tu voto, no sólo una papeleta, sino toda tu influencia. Una minoría no tiene ningún poder mientras se aviene a la voluntad de la mayoría: en ese caso ni siquiera es una minoría.

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Incluso votar por lo justo es no hacer nada por ello.

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Lo que importa no es que el comienzo sea pequeño; lo que se hace bien una vez, queda bien hecho para siempre.

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Deberíamos ser hombres primero y ciudadanos después. 

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Se ha dicho y con razón que una sociedad mercantil no tiene conciencia; pero una sociedad formada por hombres con conciencia es una sociedad con conciencia. La ley nunca hizo a los hombres más justos y, debido al respeto que les infunde, incluso los bienintencionados se convierten a diario en agentes de la injusticia. 

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Estamos acostumbrados a decir que las masas no están preparadas, pero el progreso es lento porque la minoría no es mejor o más prudente que la mayoría. Lo más importante no es que una mayoría sea tan buena como tú, sino que exista una cierta bondad absoluta en algún sitio para que fermente a toda la masa.

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Los ricos (y no se trata de comparaciones odiosas) están siempre vendidos a la institución que los hace ricos. Hablando en términos absolutos, a mayor riqueza, menos virtud.

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Me cuesta menos trabajo desobedecer al Estado, que obedecerlo. Si hiciera esto último, me sentiría menos digno.

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El Estado nunca se enfrenta voluntariamente con la conciencia intelectual o moral de un hombre sino con su cuerpo, con sus sentidos. No se arma de honradez o de inteligencia sino que recurre a la simple fuerza física.

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Tan deseoso estoy de ser un buen vecino, como de ser un mal súbdito.
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Los que más me preocupan son aquellos que se dedican profesionalmente al estudio de estos temas u otros semejantes: los estadistas y legisladores, que se hallan tan plenamente integrados en las instituciones que jamás las pueden contemplar con actitud clara y crítica. Hablan de cambiar a la sociedad, pero no se sienten cómodos fuera de ella.

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Nos gusta la elocuencia por sí misma y no porque sea portadora de ninguna verdad o porque inspire un cierto heroísmo.

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[El Estado] no puede ejercer más derecho sobre mi persona y propiedad que el que yo le conceda.

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Jamás habrá un Estado realmente libre y culto hasta que no reconozca al individuo como un poder superior e independiente, del que se derivan su propio poder y autoridad y lo trate en consecuencia. Me complazco imaginando a un Estado que por fin sea justo con todos los hombres y trate a cada individuo con el respeto de un amigo. Que no juzgue contrario a su propia estabilidad el que haya personas que vivan fuera de él, sin interferir con él ni acogerse a él, sino sólo cumpliendo con sus deberes de vecino y amigo. Un Estado que diera este fruto y permitiera a sus ciudadanos desligarse de él al lograr la madurez, prepararía el camino para otro Estado más perfecto y glorioso aún, al que también imagino a veces, pero todavía no he vislumbrado por ninguna parte.

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