lunes, 15 de septiembre de 2014

Fragmentos de Diario de Andrés Fava de Julio Cortázar (II de II)


DGD: Textil 119 (clonografía), 2010

La máquina literaria. Cómo vuelve el deseo de una creación absoluta, sin error posible, el acuerdo de una idea con su juicio, de un sentimiento con su imagen, de una voluntad con su proyección y su praxis. Lo literario resulta de combinar heterogeneidades en potencia con heterogeneidades en acto. Una sola de las operaciones es ya tarea más allá del hombre. Por eso, tal vez, el escritor continúa.

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Middleton Murry se mata queriendo explicar a Keats por sus versos y su correspondencia. El error de siempre, insalvable; olvidar que esos son despojos de la gran tormenta silenciosa, del huracán sin viento que se cumple en los intervalos.

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Hay un día en que la oreja alcanza su educación, en que la caracola aprende a distinguir los rumores. [...] Incluso hay un día en que se aprende a escuchar, en que se desdeñan rumores.

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En Correo Literario, Ulyses Petit de Murat escribió una historia del grupo Martín Fierro; supo ver la necesidad del recuerdo personal para colmar el debido homenaje, y sus referencias a Borges están teñidas con la sustancia que luego defenderá a los biógrafos de la mentira, la asepsia o la reconstrucción conjetural. Ahí encontré el estupendo mot de Borges, agarrando de la solapa a Petit de Murat que le daba la razón en algo, y diciéndole:
          —¿Y quién sos vos, mocoso, para no discutirme?
          (Cito de memoria.)

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Cuidarse del realismo al escribir. Eludir la fauna del zoológico, convocar a unicornios y tritones, y darles realidad. La literatura, como lo dice Malraux de la plástica, debe tender a una creación independiente, donde el mundo cotidiano tenga la influencia que el escritor le tolere, y nada más.

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Terrible país de los sueños, donde la ley es un calidoscopio. Toda una noche me habita el rostro, el cuerpo, la ternura de alguien a quien quiero, a quien encuentro en la calle o tanto sitio de común aprecio. También retorna en el sueño siguiente; durante semanas gobierna mi dormir con la misma fría petulancia de su vida.
          Luego cesa. He pensado tantas veces su imagen mientras andaba por la calle, al entrar a un café, frente a poemas que un día nos gustaron a ambos. Toco con estas manos una misma región diurna; nada cambia en esta celebración continua de un desaliento. Pero entonces, bruscamente, falta. Sueño una noche entera episodios prodigiosos donde su presencia sería necesaria, hasta forzosa. No está. Aún soñando me doy cuenta. Sé al despertar que por semanas no volveré a ver su imagen; el calidoscopio ha dado una pequeña vuelta, y otras leyes rigen este mundo en el que sólo persiste un elemento común: mi ojo que mira, que mira.

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Es mentira que el niño cree su mundo en cuanto crear supone conciencia de creación; el niño crea su mundo como el árbol su copa.

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No te olvides, nadador, que la gran ola que te lleva corre sobre la oculta espalda de las arenas.

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El convertirse en un escritor (doy a la palabra todo su sentido humano) es menos escribir ciertas cosas que resignarse y decidirse a no escribir muchas otras.

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Gide dispone de su vida y distribuye en ella, a distancias armónicas, los productos de esa cultura —cultivo— que son sus libros. Su pensar, su sentir, su estilo (que los une) y su vida están regidos por una divina proporción. La regla áurea, en Gide, consiste en que nace de sí misma, como la forma del árbol; su búsqueda atormentada tiene el valor pascaliano de ser ya un encuentro, de partir hacia lo que íntimamente ya se es, para merecer serlo.

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El creador es responsable del futuro. Al revés del chino, que quisiera congelar el porvenir para frustrarlo con un esquema libre y personal, el pintor o el músico agregan un elemento más, activo y viviente, a la palpitación virtual del futuro. Al pintar, de entre todas las posibilidades se escoge una que entra desde ese instante en el futuro.

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Argos, con sus mil ojos, desesperado mito del hombre: Sospecha jamás probada de que acaso somos un solo ser; de que también yo estoy viendo (como en El Aleph) todo lo que amo, pero separado de mi visión por la culpa, por los orígenes.
          Argos, deseo humano de verlo todo a la vez, aquí, ahora.

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