domingo, 5 de julio de 2015

La solución más inaudita


DGD: Redes 46 (clonografía), 2009

Tanto reposa la cultura humana en los sobreentendidos, que ella se ha dejado de cuentos: la mirada crítica se deja en los bastidores, mientras que en el escenario se da todo por sentado, se huye de las complicaciones, se odia a las ideas no-simples y aún más a los cuestionamientos incómodos. Los media exclaman, minuto a minuto, palabra a palabra, imagen a imagen, el máximo sobreentendido: “Y esto es bueno”. Con ello se acabó la discusión. “No perdamos el tiempo”, se nos dice, “en hacernos bolas y dejemos estas cuestiones a los ‘especialistas’” —a quienes por otra parte sólo escuchan otros especialistas. Mientras tanto, el discurso del mal, sobreentendido y no enunciado ni escrito en parte alguna, sigue impregnando a cada molécula del mundo.

En todo caso, ejercer la crítica de un modo no normalizado está mal visto. Lo expone, con su sabiduría característica, Isak Dinesen (seudónimo de la gran Karen Blixen) en su admirable relato “La inundación de Norderney”:

Dios creó el mundo, y lo miró, y vio que era bueno. Pero ¿y si el mundo lo hubiera mirado a él, para ver si era bueno o no? Eso, pensé, es lo que Lucifer había hecho en realidad: había mirado a Dios, y lo había hecho sentirse juzgado por un crítico. ¿Era bueno? [...] Dios no lo pudo resistir. Arrojó a Lucifer, como se recordará, al abismo. Dios hizo bien; no tenía por qué soportarlo.

De ahí el sobreentendido según el cual toda mirada crítica, e incluso toda mirada lúcida hacia uno mismo, es diabólica. Por cierto que Dinesen, con deliciosa ironía, sabe llevar aquella afirmación al territorio del género. El personaje masculino que opina que “Dios hizo bien; no tenía por qué soportarlo”, recibe la siguiente respuesta de una sabia mujer:

¿Dónde, Dios mío, nace la música..., en el instrumento o en el oído del que la escucha? El encanto de la mujer se origina en el ojo del hombre. Usted, Timón, dice que Lucifer ofende a Dios al mirarlo para ver cómo es. Eso revela que usted adora a una deidad masculina. Una diosa habría preguntado a su adorador en primer lugar: “¿Cómo soy?”.

O “¿Cómo me veo?”, que es el cuestionamiento inmediato de una mujer que acaba de ataviarse largamente para un evento social. El patriarcado, en cambio, nunca pregunta “¿Cómo soy?”, jamás pide juicio y de hecho no puede resistir la crítica real, y por eso inventa toda clase de sucedáneos que den la apariencia de un desacuerdo. La teología ortodoxa actúa del mismo modo que el poder constituido: éste afirma Así soy (o Soy El Que Soy) y no consiente a la divergencia y menos aún a la diversidad: sólo existen el dogma venerable y la herejía diabólica. Los sobreentendidos, los lugares comunes, el repertorio de objeciones rutinarias (presentadas como diabluras) remplazan a la verdadera crítica, al legítimo cuestionamiento, al ejercicio profundo de la imaginación creadora.

En ese relato, Dinesen establece los términos a su manera:

A todos los seres humanos se les ha ocurrido alguna vez, me parece, la idea de crear un mundo. [...] Entonces pensé que, de habérseme concedido la omnipotencia, y las manos libres, habría creado un mundo hermoso. Me habría acordado de los árboles y los ríos, de las distintas notas musicales, de la amistad y la inocencia; pero palabra de honor que no me habría atrevido a ordenar las cuestiones del amor, por lo que mi mundo se habría perdido lamentablemente. ¡Qué abrumadora lección para los artistas! No teman el absurdo; no rehúyan lo fantástico. Ante un dilema, escojan la solución más inaudita, la más peligrosa. ¡Sean valientes! ¡Ah, madame, tenemos mucho que aprender!

No se trata solamente de una lección abrumadora para los artistas, sino para todo aquel que se planta ante el mundo y se resiste a la avalancha de sobreentendidos, de lugares comunes que se le presenta para resolverle mecánica y rutinariamente su insatisfacción, su descontento, su indignación. La crítica requiere valentía, en efecto: no temer el absurdo y no rehuir lo fantástico, esto es, buscar la solución más inaudita, que es sin duda la más peligrosa.

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Bibliografía

Isak Dinesen (Karen Blixen): “La inundación de Norderney” (“Siete cuentos góticos”), en Cuentos reunidos, Alfaguara, Madrid, 2011; trad. de Francisco Torres Olivier.

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[De Libro de Nadie 3. Leer el capítulo siguiente.]



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