miércoles, 26 de abril de 2017

La literatura “rara” y las corrientes subterráneas (IV)




Se llama serendibilidad (en inglés, serendipity) a encontrar algo mayor a lo que se buscaba, y el gran ejemplo es el viaje de Colón. La omnipotente Necesidad dirá que buscar un nuevo camino hacia las Indias era sólo una parte del propósito mayor, oculto pero no menos escrito y determinado: el de dar con un Mundo Nuevo. Agregará que las necesidades mayores están ocultas, pero están. Y mientras tanto, el azar nos seguirá pareciendo tan aberrante como concebir un barco sin timón, según dice Kafka de otro de sus personajes (pero es la metáfora perfecta de toda su obra, lo cual convierte a Kafka en un raro emérito; pero por otro lado ¿no es un “clásico”?, ¿puede haber clásicos raros?, ¿o es que todo clásico es una especie de raro emérito, la más alta clasificación posible?), el cazador Gracchus:




“Viento” es aquí, desde luego, la metáfora del azar, del acaso, de la buena de Dios. ¿No habrá viento —azar— en las regiones superiores? No, porque la menor traza de indeterminación sería un insulto a la obra perfecta del Creador, en donde todo está determinado, programado, previsto, engranado y con propósito. ¿Y por qué entonces algunos poetas demoniacos siguen insistiendo, cada uno a su manera, en que lo único divino es el azar?
          La Señora Necesidad exclamará, desdeñosa, que ya es un propósito plantearse un viaje sin propósito.




Y tal vez el jinete de Kafka quiere “salvarse” precisamente de eso: de la razón y del lenguaje, es decir, de la racionalidad del lenguaje (de las clasificaciones, de los criterios de calidad, de las demarcaciones marginales, de la dicotomía entre una literatura dócil y una indomable). Todo esto estaría muy bien, y terminaría por defender la idea de propósito y meta establecida, si no siguieran apareciendo aquí y allá, de las maneras menos previsibles, obras necias e incluso insobornables que se plantean la más endiablada de las “contradicciones”: detonar la racionalidad del lenguaje precisamente a través de la razón y del lenguaje. Pese a todas las demostraciones de sensatez del periplo, la aventura sigue mostrándose igualmente esencial, sobre todo cuando su única meta (si tiene que aceptar alguna) se llama lo imposible.
          Un viaje que no tiene más meta que el acto de partir, es un viaje por el infinito. Sólo si el personaje de Kafka logra partir sin el menor propósito podrá llegar a su meta, que es partir sin el menor propósito. Nada más temible.



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sábado, 15 de abril de 2017

La literatura “rara” y las corrientes subterráneas (III)




Si el verdadero viaje se cumple cuando el círculo se cierra, eso daría un propósito a todo viaje y en primer lugar al de los que andan sin rumbo y a la aventura, porque aunque no se den cuenta y crean que andan en la errancia por la errancia misma, tienen una meta, que es la revelación. Bajo esa óptica, resultaría imposible el viaje no regulado, la aventura sin necesidad. Todo sería rumbo, comenzando por el azar. No habría azar en el universo; sólo existiría la necesidad en dos versiones: la evidente y la que es fruto de revelación. Los partidarios del diseño inteligente del universo gustan de repetir la frase “no existen las casualidades”. Si se aplica este principio a la literatura, tendríamos que incluso la más audaz aventura literaria contiene un rumbo secreto o incluso desconocido por el autor, pero presente a fin de cuentas.
          En la Odisea, Néstor hace a Telémaco una advertencia que también ilumina al periplo de Odiseo y a su más hondo deseo:



Podría inferirse que el regreso tiene una primera finalidad, y es que si el viaje se prolonga demasiado, termina por ser baldío, es decir en balde, inútil, vacío de sentido. Una vez más parecería que una literatura sin regreso, es decir sin reinserción en la tradición, merece esos mismos calificativos: baldía, inútil, vacía de sentido.
          Sólo Kafka se dio cuenta de por qué el viaje sin propósito es tan temido y hasta aborrecido. En una pequeña fábula llamada “La partida”, un hombre pide a su criado un caballo del establo. El criado le pregunta: “¿Hacia dónde cabalga, señor?”, y aquél responde:



El criado queda confundido por una contradicción: el amo no sabe hacia dónde cabalga y sin embargo dice tener una meta; por eso le reitera su pregunta: “¿Hacia dónde cabalga?”. “Ya te lo he dicho”, responde el jinete, “partir, esa es mi meta.” El criado renuncia a mayores disquisiciones, y se limita a preguntarle si lleva provisiones. El hombre contesta: “No me son necesarias; el viaje es tan largo que moriré de hambre si no consigo alimentos por el camino. No hay provisión que pueda salvarme. Por suerte es un viaje realmente interminable”.
          Por suerte. La provisión es previsión, y tal vez “salva” en el sentido de que quien parte sin una meta establecida (y sin provisiones) podría al menos tener la esperanza de que en el viaje la casualidad ha de revelarle cuál es la meta: no es que ésta no exista, sino solamente que él la ignora. Un periplo podría ser una aventura en otro sentido: un viaje con un propósito desconocido.




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